Por Mauricio Hidalgo-Ortega*
Todos pican mi poesía
con invencibles tenedores
buscando, sin duda, una mosca,
Tengo miedo.
Tengo miedo de todo el mundo,
del agua fría, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
inaplazable.
Pablo Neruda
INTRODUCCIÓN
Si hay algo de lo que no cabe duda es que todos hemos sentido miedo en más de alguna vez ocasión, una sensación intensa y desagradable provocada por la percepción de un potencial peligro. El miedo es esa emoción que nos facilita la supervivencia, generando en nuestro organismo una activación fisiológica que nos permite responder de la mejor forma posible a cualquier situación que valoremos como peligrosa y que pueda amenazar nuestra integridad.
En general, el miedo promueve tres respuestas básicas ante un peligro: luchar, huir o el quedarse paralizado (congelado). En este punto es importante aclarar que miedo y estrés no son sinónimos. Si bien el miedo y el estrés comparten la activación fisiológica como respuesta adaptativa ante demandas del entorno[1], lo que diferencia al estrés del miedo es el hecho que lo que provoca estrés no necesariamente tiene que ver con una amenaza o peligro. El agente estresor (aquello que dispara la respuesta de estrés) puede ser una situación que demande más recursos de los que disponemos normalmente (ej., proveer mayor irrigación sanguínea y oxigenación a los músculos ante una determinada actividad física), pero sin ninguna connotación negativa o amenazante.
El miedo se manifiesta en cuatro niveles: neuronal, fisiológico, conductual y cognitivo. Neuronal – el miedo se dispara desde una región del cerebro denominada amígdala, que forma parte del sistema límbico. Corresponde a la respuesta autónoma del miedo (la que no activamos de manera consciente), surge mucho antes de que nuestra conciencia decida algo al respecto. Fisiológico – Ocurren cambios corporales que originan sensaciones desagradables, como aumentto de la frecuencia tanto cardiaca y como respiratoria, contracción muscular, temblores de piernas y manos, sudoración, expresiones faciales y pelidez de la piel. Conductual – El miedo origina acciones hacia el estímulo o situación temida, como paralizarse, huir o enfrentarse. Cognitivo- Se transforma en pensamientos e imágenes negativas acerca del estímulo o situación temida, además hay una interpretación que se hace al respecto.
Los animales, al tener que hacer frente a una constante, los cambios de los entornos en los que viven, cambios muchas veces impredecibles, han “adquirido” la capacidad de responder adaptativamente a tales cambios, más aún cuando estos cambios pueden representar peligros directos o inderectos para su existencia. Así, la supervivencia depende críticamente de la evaluación flexible de los estímulos potencialmente peligrosos, lo que implica el procesamiento, la integración (requiere memorias de acontentecimientos similares vividos con anterioridad) y la síntesis de la información adquirida por múltiples vias sensoriales. Es decir, el miedo es un mecanismo de supervivencia y de defensa, que evolucionó permitiendo al individuo responder de forma rápida y eficaz ante situaciones adversas y potencialmente peligrosas. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo.
Ahora bien, el miedo como respuesta adaptativa es generalizada, por ello es importante dejar en claro que la evaluación de los estímulos ambientales no es lineal, el entorno no es percibido de forma refleja o pasiva, depende de la estructura interna del organismo. En este sentido el entorno es percibido en base a nuestras propias experiencias parcialmente similares y parcialmente diferentes. Podemos retratar esta situación con el texto del poema LIX, titulado “Las dos linternas” del poeta español Ramón de Campoamor: “que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Texto que rescata el hecho que los entornos son percibidos con nuestra propia mirada interior, una mirada que responde a nuestras memorias, nuestras particulares historias de vida. Por ello, las experiencias aversivas nunca son completamente idénticas, por lo que debemos tener la capacidad para generalizar el miedo apelando a experiencias pasadas y proyectarlas a encuentros futuros que tengan un grado suficiente de similitud con los eventos originales. Entre los factores que afectan la generalización podemos señalar el estrés en la vida temprana de las personas, la prominencia de elementos particulares de los entornos en los que se vive y las experiencias traumáticas y de peligro vividas tanto por las madres embarazadas como por los padres antes concebir a sus descendientes.
Ese miedo, esa emoción, es parte de nuestra civilización, es parte de la historia de la humanidad siendo muchas veces personificado. Así por ejemplo, en la mitología griega Fobos representa el impulso básico del miedo: la huida. De este personaje griego se tomó la raíz etimológica para nombrar todas las formas de “fobia”. Lo que hay en las fobias es precisamente esa forma de miedo que incita a escapar. Por otro lado, en la película Intensa-mente, podemos reconocer el miedo como el personaje que se encarga de dirigir algunas situaciones de la protagonista, sin embargo, otros personajes tratan de impedir que miedo tome el control. Claro, el miedo es positivo en determinadas situaciones, pero puede ser nefasto si se vuelve onmipresente, un miedo exacerbado, donde la persona puede llegar a sucumbir, quedando totalmente desvalida y expuesta tanto a las amenazas reales como las imaginarias.
MIEDOS Y MIEDOS
El miedo “existe”, es una emoción, un punzaso que nos viene a clavar cuando nos enfrentamos a algún peligro… vivir una experiencia peligrosa, en la que experimentamos miedo, es definitivamente un momento inefable, podremos describir las alteraciones fisiológicas vividas, mas no lo que sentimos en ese preciso instante “de miedo”.
Todo ser humano independiente de sus orígenes, creencias y cultura lo ha experimentado y muchos lo han combatido, lo han negado o han argumentado en su contra por su aparente irracionalidad… Por ejemplo, en el libro III del poema filosófico De Rerum Natura, Lucrecio hace un esfuerzo por convencernos que no debemos tener miedo a la muerte, dando para ello un argumento de simetría. El tramo infinito de la no existencia post mortem es igual que el tramo infinito de la no existencia prenatal, y puesto que no consideramos que el tramo prenatal de la no existencia haya sido algo horrible, por paridad de razonamiento no deberíamos temer nuestra no existencia post mortem. Así, este miedo no tendría sentido racional. Sin embargo, el miedo a la muerte existe y quizá Lucrecio también lo haya vivido en carne propia.
Pero también existe el otro miedo, ese miedo que vemos reflejado en los rostros de muchas personas que vemos en las calles. Me refiero al miedo que aprendemos, el que nos ata y limita, ese miedo que permite a la “sociedad” mantenernos literalmente sometidos, ese miedo que nos obliga a pertenecer a algo y no a otra cosa, ese miedo que nos dicta cómo debemos comportarnos (de una determinada manera y no de otra), que nos impide ser nosotros para obligarnos a ser ellos. Un miedo a la libertad como lo llamó Eric Fromm. Un miedo aprendido en un proceso de enseñanza de larga data, intensionado y condicionado por cada cultura.
También podemos hablar del miedo como arma de control social, la cultura del miedo. Ésta se ha venido a establecer como una técnica de control social a partir de la generación o manipulación del miedo, esto a través de distintas prácticas que permiten subordinar las decisiones de la población a necesidades supuestamente prioritarias relacionadas con alguna alarma o amenaza que es indicada por quienes ejercen el poder.
El miedo como instrumento de manipulación del comportamiento humano es un miedo al que todas y todos deberíamos temer.
HERENCIAS TRANSGENERACIONALES DEL MIEDO
Las publicaciones sobre la herencia transgeneracional se acumulan y al parecer ya no hay dudas que es un hecho real. Todo parece indicar que la exposición de los padres a estímulos ambientales sobresalientes (ej., estrés causado por peligros) impacta en el desarrollo del sistema nervioso adulto de la descendencia antes de su concepción. Desde un punto de vista adaptativo tal transferencia de información tendría un impacto positivo por cuanto sería una forma eficiente para que los padres “informen” a su descendencia sobre la importancia de las características ambientales específicas que es probable que encuentren en sus entornos futuros. Sin embargo, la relevancia de la herencia transgeneracional aun no ha sido totalmente aceptada por todos los investigadores, permaneciendo como un tema aún controversial. Pero controversial o no, las evidencias se acumulan… Recientemente se ha descrito en modelos animales la transmisión transgeneracional de un comportamiento similar a la ansiedad inducida por aspartamo y que está asociado a cambios en la expresión génica en la amígdala. Sorprendentemente, este comportamiento y las alteraciones en la expresión génica de la amígdala se transmitieron a la descendencia hasta por dos generaciones. Similarmente, se ha descrito los efectos transgeneracionales del uso morfina en modelos animales, en los que se producen comportamientos similares a la ansiedad, también transferido a la descendencia por dos generaciones.
Por otro lado, diferentes estudios muestran que las consecuencias de la violencia política también tiene repercusiones que se extienden más allá de la generación directamente afectada, fenómeno conocido como transgeneracionalidad del trauma colectivo[1]. En descendientes de víctimas del Holocausto se ha encontrado evidencia de efectos transgeneracionales hasta la tercera generación. En el caso de las victimas de la dictadura cívico-militar en Chile las investigaciones han puesto de manifiesto una propagación transgeneracional que alcanza a los nietos de las víctimas.
Un aspecto que no podemos dejar pasar respecto de la violencia política y su impacto en la vida, no solo de las personas torturadas y sometidas a prisión, sino también en los daños transgeneracionales, es reconocer el dolor como un flujo invisible de temores que se transmite verticalmente a las generaciones futuras como un punzante silencio, silencio que grita bajo la piel. Esto nos obliga a mirar las características del trauma a corto y largo plazo y no solo en los directamente afectados por dichas experiencias, sino también mirar los factores, que desde el ámbito socio-político, inciden en la permanencia del daño a través del tiempo, en una espiral transgeneracional que sigue doliendo. Mirar cómo el silenciamiento, la estigmatización y la impunidad convierten a los dañados en rehenes de un eterno dolor.
Los estudios realizados en neurociencias, biología molecular, epigenética y otras áreas relacionadas, parecen apoyar la existencia de las herencias transgeneracionales del trauma, en la que somos meros eslabones de una cadena de generaciones, inconscientemente afectadas por su sufrimiento o por asuntos pendientes tal como lo expresó Anne Schützenberger en su obra Aie, mes aieux (Hey, mis antepasados).
Parece claro, el trauma, el miedo y la ansiedad se transmiten verticalmente como una herencia que ya no podemos negar…
BASES BIOLÓGICAS DEL MIEDO
Desde una arista estrictamente biológica, el miedo corresponde a una respuesta adaptativa dirigida a salir airoso de una determinada situación de peligro, por ello sería positivo vivir miedo en esos casos, pero no en otros. Por el contrario, las respuestas de miedo excesivo se vuelven desadaptativas y son características de los trastornos relacionados con el miedo, como el trastorno de estrés postraumático y varios trastornos de ansiedad.
Hablar del miedo es hablar de historias de vida, es hablar de memorias del miedo, es mirar hacia el interior de nosotros, eso que está incrustado bajo nuestra piel, esas memorias de procesos de miedo que al sufrir alteraciones desadaptativas lleva a la aparicion de diferentes cuadros patólogicos.
¿Donde reside la memoria del miedo?
La memoria del miedo, al igual que todas nuestras memorias, probablemente no residan en un sitio determinado de nuestro cerebro, dado que la memoria no es una entidad fisica que tengamos que ubicar en un lugar fijo. La memoria es información que probablemente esté fluyendo tal como lo hace un caudal de agua y/o cargas eléctricas, que viaja por un sinfín de diminutas tuberias/conductores, en la que la frecuencia de oscilación de las partículas que fluyen podrían, por analogía, considerarse paquetes discretos de información. Por ello, el hecho que una determinada estructura esté involucrada en alguna memoria, no prueba que dicha memoria este almecenada en dicha estructura. No se trata de desconocer que la estructura pueda participar de alguna manera en el establecimiento de una mayor o menor conectividad de las “microtuberias/conductores”. Teniendo esto presente, podemos sumergirnos en nuestro cerebro para describir el miedo y eventualmente poder explicarlo desde alguna de las posibles arístas existentes.
Circuitos cerebrales del condicionamiento del miedo
Diferentes líneas de investigación han establecido relaciones entre el condicionamiento del miedo con diferentes estructuras cerebrales. Entre estas estructuras se puede mencionar la amígdala, estructura crítica para el condicionamiento del miedo pavloviano. Este condicionamiento del miedo es un modelo traslacionalmente relevante, clave tanto para comprender la fisiología del miedo como la fisiopatología de los trastornos de ansiedad. En términos generales el condicionamiento del miedo es un proceso de aprendizaje asociativo en el que un estímulo neutro, como un sonido de terminada freciencia o un contexto físico específico (estímulo condicionado), se presenta junto con un estímulo aversivo (estímulo no condicionado), para generar una respuesta de miedo condicionada. La fase de adquisición del miedo es seguida por una fase de consolidación, que dura horas o días, durante la cual se forman los recuerdos. La exposición posterior al estímulo condicionado, en ausencia del estímulo no condicionado, es suficiente para evocar el comportamiento de congelación, lo que demuestra la formación efectiva de una memoria de miedo condicionada.
El papel central de la amígdala en el miedo es absolutamente coherente con sus conexiones neuroanatómicas. Presenta múltiples proyecciones externas a través del núcleo central con el hipotálamo, el hipocampo y, hacia arriba, con varias regiones del la corteza (córtex).
Como se ha indicado, el condicionamiento del miedo está mediado por el circuito del miedo cerebral, un complejo conjunto de áreas cerebrales con poblaciones celulares altamente especializadas y una compleja conectividad. Así, la formación de la memoria del miedo asociada con un contexto, implica el fortalecimiento de las conexiones entre el hipocampo y la amígdala. Y su sustrato neural de la regulación emocional (ej., miedo) está bien caracterizado e involucra la conectividad funcional entre la amígdala y las regiones corticales frontales, específicamente la corteza prefrontal medial. La evidencia acumulada sugiere que la corteza prefrontal puede regular la amígdala y permitir una regulación exitosa de la emoción y el comportamiento a través de un mecanismo de arriba hacia abajo. En este punto es importante destacar que tanto los estudios en humanos como en animales sugieren que la fuerza y la dirección de la conectividad funcional amígdala- corteza prefrontal medial cambian a lo largo del desarrollo y estos cambios pueden verse alterados por la experiencia de la vida temprana. Además, es importante destacar que se produce un cambio agudo en la conectividad entre la amígdala y la corteza prefrontal medial entre la infancia, la adolescencia y la edad adulta temprana.
La formación de la memoria del miedo asociada con un contexto, implica el fortalecimiento de las conexiones entre el hipocampo y la amígdala
Así como las memorias del miedo se relacionan estructuralmente con ciertas áreas cerebrales, también se relacionan con modificaciones epigenéticas de la cromatina neuronal. La evidencia actual también apunta hacia un papel clave de los mecanismos epigenéticos en la regulación de los procesos de memoria del miedo. En este sentido, existe una amplia evidencia de que la metilación del ADN está regulada de una manera dependiente de la experiencia por la actividad neuronal. Al respecto, se ha demostrado la participación de la metilación del ADN en la memoria dependiente del hipocampo, mostrando que la activación neuronal induce cambios en la metilación del ADN de los genes relacionados con la memoria. Igualmente, se ha descrito que el aprendizaje del miedo causa cambios en la metilación del ADN en diferentes regiones del cerebro. Al respecto, aunque se necesitan más investigaciones para aclarar las funciones de la metilación del ADN en la consolidación de la memoria, un cuerpo de evidencia indica claramente que la formación de la memoria requiere hipermetilación de los genes supresores de la memoria e hipometilación de los genes promotores de la memoria.
En particular, se ha demostrado que el vínculo materno en la infancia amortigua la reactividad de la amígdala e influye en la trayectoria del acoplamiento amígdala – corteza prefrontal medial. El sistema oxitocinérgico es crítico en el desarrollo del comportamiento social y el vínculo materno. El cuidado parental temprano influye en el estado de metilación del receptor de oxitocina en modelos animales y humanos, y una mayor metilación del gen para del receptor de oxitocina se asocia con una menor conectividad funcional amígdala- corteza prefrontal medial en adultos.
Así al parecer, ya no hay dudas que las experiencias pasadas, incluidos los eventos estresantes, pueden conducir a un “proceso de reprogramación” a través de cambios en la expresión génica, importantes para disparar el miedo (y otras emociones) en afrontamientos futuros.
PARA FINALIZAR
El miedo forma parte de nuestras vidas, el miedo llena nuestros días, nuestro cine, nuestro arte, nuestras noticias, nuestros sueños. El miedo tiene mecanismos, el miedo tiene neurociencias, el miedo tiene psicología, el miedo tiene antropología, el miedo tiene sociología… el miedo nos llena de ideas y de temores. Y muchas veces el miedo nos esclaviza en favor de otros.
Finalmente, comprender y reconocer el miedo en sus diferentes dimensiones, integrándolo con distintos saberes, nos llevará a reconceptualizar el miedo mucho más allá de lo que la biología u otra ciencia aislada pudiera hacerlo.
[1] Hablar del entorno implica hablar de los alrededores, todo aquello que nos rodea, este cerca o lejos, pero que pudiese afectar la vida del organismo.
[2] El concepto de trauma colectivo ha sido desarrollado en el marco de la reflexión sobre episodios históricos de profunda desregulación de la convivencia colectiva, tales como guerras, genocidios y dictaduras. Los trabajos que dieron origen a este campo de estudios se centraron inicialmente en el análisis del holocausto como experiencia de trauma social.
*Mauricio Hidalgo-Ortega es Doctor en Ciencias de la Universidad de Chile.
Epigenética, neuroepigenética y epigenética (biopsico)social.