Lo recuerdo nítidamente, como si hubiera sido ayer. Íbamos en el ascensor y mi amigo Pancho me preguntó qué me gustaría que fuese mi hijo, ahora que tenía la certeza de estar embarazada.
– Músico le respondí desde las entrañas-, casi sin pensar.
Cuando cumplió siete años, empezó a acompañarme a las danzas sufi. Llevaba siempre su metalófono y se sentaba alegremente al centro del círculo, junto con los músicos, mientras los demás danzábamos y girábamos guiados amorosamente por Taj Loreto González Lorca, cantando la ilaha il Alá; nada existe sólo Dios.
Un día, al finalizar las danzas, uno de los sufis más antiguos se acercó y me susurró al oído: tu hijo va a ser músico.
Nunca conté estas historias a Vicente. Ni cuando a los ocho entró a la orquesta de su colegio y comenzó a tocar el piano, ni cuando lo vi llegar todos estos años, todas estas tardes, tirar lejos la mochila y sentarse inmediatamente, como gesto primero y esencial, en el teclado. Nunca hasta ahora, que a sus dieciséis años nos ha comunicado que quiere estudiar Composición musical.
Vocación. Un palabra muy bella pero demasiado olvidada.

Del latín vocatĭo, -ōnis, acción de llamar, la vocación es

la inspiración con que Dios llama a algún estado.

En los colegios hoy hablan de profesión, raramente de vocación. Muestran a nuestros hijos costos de las carreras y mallas curriculares, pero del llamado, -que si se ahoga retumbará temprano o tarde como gong-, ni un palabra.
He conversado latamente con Vicente sobre Tomás González Sepúlveda, gimnasta olímpico chileno, que no necesita presentación. Porque encarna desde mi mirada, el paradigma de la vocación… el ejemplo de convertirse en el artífice de la propia existencia.
Arcano I del libro de sabiduría revelada llamado Tarot: El Mago. Los dados estás echados, lo que tocó, te tocó, y desde ahí construyes con las herramientas que tienes.
¡Y cómo construyó este muchacho luminoso! Obedeciendo su llamado interior, haciendo oídos sordos a todos quienes habrán querido llenarlo de miedos. Me parece escuchar cientos de voces huecas parecidas a las que atemorizan a mi hijo hoy: ¿Ser gimnasta en Chile? ¡estás loco! ¿Ser músico en Chile? ¡Imposible!
Tomás es la prueba viviente de que no sólo es posible, sino que se puede florecer desde donde sea que uno haya sido plantado si se tiene vocación. Contra todos los pronósticos, contra toda la adversidad, muchas veces con dolor y en soledad, ahí estuvo incólume este campeón olímpico que nunca quiso demostrar nada a nadie más que a sí mismo.
Porque la vocación no se mueve desde el ego, desde los números, los reconocimientos o las medallas, sino desde la prístina obediencia al llamado interior, a la esencia, que si se escucha con disciplina, conduce naturalmente a la maestría.
Quien verdaderamente sabe quién es, no necesita reconocimiento externo. Sólo necesita caminar hacia el encuentro consigo mismo, hacia su autorrealización: Arcano XXI, El Mundo, fin del viaje.
Gracias por tanto Tomás. Te dejo de regalo unos versos de Keats:
“Nunca llega a ser coronado por la inmortalidad quien teme ir adonde le conducen voces desconocidas.”