Nada más amable que despertar con los sonidos del campo.

En la pequeña casita, no tenemos televisión y la radio vive más apagada que encendida. De notebooks ni hablar, no hay buena señal, y aunque hubiera.

La música la hacen los pájaros, los grillos y las ranas. El gallo y las gallinas. Las vacas, los patos y el relinchar a lo lejos, de algún caballo en el cerro.

Volver, al menos de vez en cuando, a lo esencial.

A mirarnos a los ojos, a conversar horas sin ser interrumpidos por urgencias falaces de celular, a cocinar y a hacer el amor con la misma pasión con la que el queltehue avisa la llegada de algún intruso.

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Rescatémonos. Siempre hay belleza en la pausa. Y conciencia.