Un cuento de Ruth Rodríguez
Falta muy poco para las doce, entonces nosotros, aburridos de las conversaciones que giran en torno a lo rica que está la comida y lo bien que esta saliendo todo, y sabiendo de las enemistades sepultadas bajo el mantel, nos miramos como sólo nosotros. Hay una calma chica prendida con alfileres. Un sólo comentario bastaría. Pero no, habiendo pan dulce y cosas ricas para qué perder el tiempo molestando al prójimo. Prójimo. En fechas así, pinta usar palabras tan cristianas. Hay algun tío que trae de la cocina sidra o champagne, da igual, son cosas que lo mismo explotan, cuidado con los vidrios, ojo con la lámpara, atenti a los niños y prudencia con las pelucas de las tías. Muchas recomendaciones en estas fiestas. Casi que ni son fiestas. Todos copita en mano. Miran el reloj como si estuviera por venir un milagro. Un milagro esperado con una impaciencia que tritura las venas y que pasa siempre demasiado rápido. Lo agarraste? No, ya se fue. Fuck. Ahora hay que esperar otro año. Igual siempre vuelve, el 24 a la noche. Nunca falla. Pero qué es, qué es? No se sabe bien, sólo se sabe que viene a la misma hora. 23.59. La cuenta regresiva. Un 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, Feliz Navidad que empieza como un mes antes: comprando regalos que son mas bien desafíos, matando corderitos, discutiendo con cuñadas y suegras si en tal casa o la otra, si la ensalada con mayonesa diet, viajando años luz, sobrecargando los sistemas de comunicación. Haciendo cosas que no se entienden muy bien: por qué un pino, porqué un gordo abrigadísimo de rojo en pleno verano, por qué chimeneas y campanitas? Es parte del milagro. Y no hay verdaderos milagros sin algo que centellee. A Moisés le ardió un arbusto, el carruaje de Dios vino flotando en llamas, el Espíritu Santo era lenguas de fuego sobre las cabezas de unos santos que deliraban en lenguas locas. La pirotecnia con responsabilidad. Las molotov festivas y liberadoras sólo para los grandes. A nosotros nos dan unas estrellitas. Porque siendo como somos, algo más polvoroso sería una invitacion al desastre (sr desastre, se le invita a usted…) Piensan que las estrellitas son inofensivas. Qué tiernos. Ahora o nunca. Agarramos un par de turrones y cosas circulares que caben perfectamente en los bolsillos: garrapiñadas, nueces, almendras. Crunch, es la palabra que mejor las describe. Provisiones para un buen rato. Salimos a la calle. Lo bueno de ser así, como nosotros, es que nadie se da cuenta cuando no estamos. Caminamos. En la calle es como si hubieran tirado una bomba neutrónica. Ni un auto, ni un policía, ni un ser humano. Un perro con sed de aventura nos empieza a seguir. Los perros son gente bien dispuesta, siguen sin preguntar, y van hasta las últimas consecuencias. Eso es la alta fidelidad. Por las ventanas de las casas se ve gente haciendo las mismas cosas. Es como un loop: una señora viene de la cocina con una fuente, un señor sirve algo en unas copas, un nene se para, una madre lo sienta, todos hablan , nadie escucha, la misma secuencia que se repite y se repite, es una de las formas de ahorro que tiene el universo. Pasan muy pocas cosas en esta vida, pero pasan todo el tiempo, y entonces parecen muchas ( Si sos inteligente, con 30 segundos te armas una canción de 5 minutos. Todos la escuchan, todos la cantan, nadie se da cuenta.) Parece que casi están contentos. Claro, esperan el milagro. Siempre se esta feliz antes de un milagro. La cuestión es después. Las 12.01. Abrir los regalos y que sea sólo la confirmación de que no nos conocemos. ¿Por qué una billetera si ya tengo cinco y además no las uso? ¿ Por qué nunca adivinamos que al tío José le encantaria una trampa para ratones? No se pueden saber esas cosas, ¿o sí? Él, que es tan abogado, seguro que le va a encantar una pluma fuente. No existe lo lineal, porque nadie es coherente. Si hubiera un hada buena que nos susurrara en sueños estas cosas, si nos avisara que no gastemos plata en regalos obvios, que a tu papá le encantaria una entrada a los autitos chocadores, a tu mamá manteca de cacao para todo el año, a tu hermanita una caja de zapatos llena de chicles y a tu abuela una revista de fisicoculturistas? Pero no, estamos solos ante el misterio que son nuestros seres queridos, incapaces de hacer feliz a nadie. Claro, no hay mejor prueba de que Papá Noel somos nosotros. Si existiera de verdad en su mundo congelado nos vería al trasluz, microscópicamente como a copos de nieve, intrincados, irrepetibles, y tiraría por la chimenea felicidad en serpentinas y dejaria bajo el arbol regalos inequívocos: cajitas de cartón vacias, planchas de viaje, piedritas de colores, azucareras llenas de escarabajos, burbujas, botas de siete leguas. Pero bueno, hay lo que hay y nos emocionamos con un pullover o con un reloj que nos recuerda que ya pasaron las doce, que el milagro tendrá que quedar, otra vez, para el año que viene. Lo que vale es la intención. Pero nosotros no le mandamos cartita a Papá Noel. Yo te mande una cartita a vos, y vos me mandaste una cartita a mí. Eran muy parecidas. Asi que no tenemos la emoción de esperar nada. Tenemos la emoción de estar caminando por la calle vacía. Qué paz, qué silencio. Ni el perro se atreve a romper esa atmósfera, ellos que son tan amigos de romper todo. A mí, lo que más me gusta es que tengo puesto un vestido hermoso y todo verde liquen. Y vos, tenés puesta esa ropa asimetrica que tambien te gusta tanto, cosas que no se sabe bien que son, ¿pantalones? ¿piyamas?, siempre algo roto, un camisón de abuela que se parece bastante a una remera. Lindo. Así para cualquier ocasión. Porque no hay una ocasión particular. Ni siquiera esta. No estamos en ninguna cuenta regresiva. No estamos esperando un milagro. El milagro ya está, es coincidir en este exacto tiempo-lugar, como dos mariposas nocturnas atravesadas por el mismo alfiler. Duele un poco, de a ratos, pero es tan grande la alegría, (no hay éxtasis sin agonía, basta mirar cualquier estampita, ya que hoy estamos cristianos), que bien se aguanta. El barrio es como de chicle. Se estiran las veredas irregulares, caminamos como en un sueño donde todo se lentifica, pero vamos casi corriendo, para llegar a dónde, a un lugar donde poder esparcir nuestra alegría, donde tocar las trompetas doradas de la esperanza, nuestra montaña para entregar las tablas de nuestros mandamientos recién nacidos y relampaguear como los dioses. Un lugar alto como un altar. Altar-alto. Hay muy pocas montañas en este barrio. Los barrios son los peores enemigos de las montañas, de los peñascos, de los acantilados. Los barrios se llevan mejor con la llanura, porque el barrio es ante todo, un bicho de cemento, postes de luz, y paradas de colectivos, y una montaña no es algo dócil para asfaltar, para meterle baldosas ni instalar un kiosco o un semáforo, ni hablar de lo difícil que sería para los porteros o las vecinas madrugadoras ponerse a barrer una montaña. Hay lugares para cada cosa y está bien. Y a nosotros nos tocó el barrio, por ahora, pero nos ingeniamos para encontrar o construir los desubiques. Entonces, hay una elevación que vista con ojos bien dispuestos, con una poesía traída de los pelos, se parece bastante a un promontorio. Ahí esta. Perfecto. Es nuestro lugar secreto. ¿Desde cuándo? Desde ahora. Y quizá sólo por hoy. Nos sentamos a comer nuestro festín crujiente. Al perro le damos unos confites porque nos parece que es algo muy entretenido para darle a un perro y además no nos gustan. Él está muy contento porque los perros se ponen contentos con cualquier cosa. Se nos ocurre que habría que ponerle un nombre porque hace bastante rato que está con nosotros. A vos no te termina de convencer la idea, creo que es algo que se me ocurrió a mí, y vos estuviste de acuerdo en un
principio, pero después dudaste, porque yo sé que no te gusta mucho eso de andar enfatizando, pero bueno, ya que estamos te enganchas y le ponemos Cus-cus. En eso estamos de acuerdo. Es un nombre perfecto para un perro. Lo llamamos: – Cus-cus, y el perro se levanta, pero encara para el otro lado. Chau. Se va. No le habrá gustado el nombre. O se acordó de que tenía que hacer algo más importante.¿ Se le hace tarde a un perro? Le habrán pegado mal los confites. Ese es el tema con la alta fidelidad: dura hasta que se acaba. No hay que restarle importancia al aburrimiento tampoco. En fin, estamos mejor solos, como siempre. A veces sólo buscamos compañía para no hacer tantas pavadas. Estar con otros nos obliga a ser un poco más normales. Solos somos un peligro. Por eso nos sientan separados en la mesa. Igual es inútil, no pueden silenciar nuestras miradas, ni intervenir nuestra telepatía. No hay radares posibles que puedan interceptar nuestros avioncitos imaginarios volando por arriba de los pollos, de los menúes orgiásticos que despliegan sobre la mesa está servida. Pero ahora no estamos haciendo nada raro, ¿no? Nos tiramos de espaldas en el pasto y vemos que el cielo no está lleno de estrellas. Hay nuves con ve corta. Pero tampoco va a llover. Pinta como una noche bastante mediocre. Gris. Vamos a tener que hacer algo. Las casas desde arriba, parecen un rebaño de linternas. Parece mentira que adentro viva gente. No sabemos bien la hora, pero debe faltar muy poco, más que antes, para las doce. De repente se hace un silencio como cuando te entra agua en los oidos. Ya casi. Tenemos una estrellita cada uno. No hay que desperdiciarlas. Vos sacás un fósforo del bolsillo, lo raspás contra la cajita y ese repentino fulgor te ilumina la cara de una manera que no había visto nunca, una luz particular que resalta ciertas zonas, oscureciendo, escondiendo un poco más algunas otras, dando lugar a una cara nueva, distinta, fugaz, irrepetible y sólo para mí. Es una forma de la belleza que no se me habia dado conocer hasta ahora. Es un retrato efímero, mi regalo de navidad. Gracias hermoso. Entonces encendés tu estrellita, es hermosa, una crepitación suave – salvaje, que brota de un palito. ¿Cómo puede haber cosas tan lindas? Yo estoy parada como una tonta aferrada a mi estrellita como si me sostuviera, como si al soltarla me pudiera caer, se pudiera caer el mundo todo. Ya no puedo nada, estoy como petrificada con los ojos enceguecidos de belleza. Entonces te acercás con tu estrellita y a mí ya no me asombraríia prenderme fuego, te acercás cada vez más hasta que tus refulges me alcanzan, y una sola chispa basta para encender mi estrellita, que primero se oscurece como un trueno, y después, yo ya sé, sólo queda esperar el relámpago, pero son microsegundos que duran horas, no puedo más, y al fin, se escucha como una letra f cada vez mas fuerte y ya está, toda la luz, la felicidad. Pero no podemos guardar tanta felicidad para nosotros, se nos va a volatilizar el corazón, atómicamente consumidos. Porque la felicidad tiene que ser centrífuga. Hay que hacer algo, pero rápido, porque las estrellitas duran poco. Nuestras manos se juntan, pero no por ningún acto de nuestra voluntad, ocurre por sí mismo. Entonces nos miramos y nos damos cuenta de que es perfecto, de que eso es lo que hay que hacer. Estiramos las estrellitas hacia el cielo que de gris ya va teniendo poco, y vemos una luz que está en nosotros, pero no nos pertenece, es una luz que sale de nuestras varitas mágicas para todos lados y no podemos creer como algo tan chiquito, puede de repente expandirse en un infinito luminoso que llega, podemos verlo, a cada casa bajo nuestro Olympo inventado, entra por cada ventana, recorre cada habitación, cada mesa, choca y se multiplica en cada copa donde todos están brindando, porque sí, claro, ya son las doce, nos dimos cuenta, porque hay un caos sónico – lumínico de campanas cohetes corchos gritos risas llantos. La luz se alimenta de luz, y cada vez es más, y más brillante y pura, y ahora no sólo toca los objetos, penetra las sutiles sustancias de la gente, se filtra bajo la piel, entre los huesos, se puede respirar la luz, revolotea en los pulmones como polillas amigables , la luz esta en la sangre viajando en globulos rojos fosforescentes y entonces, es hora de pedir deseos, porque la luz todavía no puede ganarle a la tradición, pero nosotros no deseamos nada, nada, nada, sólo estamos jugando a estar ahí, y tampoco hay nosotros, porque “nosotros” pide “ellos” y esas separaciones son enemigas de lo que está pasando ahora, que no hace falta desear ni pedir nada porque el amor y la felicidad son tan verdaderos que inundan como un tsunami y todos son felices, pero no porque pase nada distinto, todos son felices porque se dan cuenta de que habían sido felices siempre y no sabían, de que están siendo felices ahora, porque para ser feliz no hace falta hacer nada, la felicidad es algo que esta ahí, que está acá y hay que sólo estirar la mano y agarrarla, o mejor, sumergirse, mejor, respirarla, vivirla, serla, pero sobre todo, repartirla. Entonces son felices también los que juntan cartones porque son hermosos los cartones, y los que se mueren, se mueren en una profunda felicidad, porque la felicidad es ahora y no importa lo que venga después, la felicidad es ser un cisne lleno de plumas blancas o ser una viejita en pantuflas y sin dientes o un plomero, o un repartidor de diarios o un bebé. Se corto el loop, y suena por un instante en todas partes una música verdadera, irrepetible.
Pero las estrellitas duran muy, muy poquito. Entonces, de repente, se apagan. Y quedamos, ahora sí, nosotros. Pero no es algo triste. Seguimos de la mano, pero ahora por nuestra voluntad. Nos abrazamos, en parte porque la secuencia es así y otro poco para aflojarnos y descansar del flash. Está muy bien estar así. No hay éxtasis ni agonía ni alfiler, pero hay un silencio de verdad precioso y nos dejamos hundir, flotar en la más serena suavidad de las cenizas. Cenizas que son como un talco irrespirable, pero quién necesita respirar cuando el aire más puro te entra naturalmente por la piel, como si fuesemos peces de fuego en un océano de hollín, ennegrecido de una pureza sólo suya. Consumidos, ya no hace falta arder. Somos dos peces de carbon descansando del fuego, ya nada quema, ya nada brilla, las chispas son susurros, las llamas son besos refrescantes y el cielo se está volviendo más y más gris, podemos verlo claramente porque nos tiramos otra vez de espaldas en el pasto y hay nuves con ve corta, con be larga, y con todas las ganas. Parece que va a llover, no estaría mal. Mejor encarar la vuelta porque las ausencias a la larga se notan. Nos paramos, y nos gustaría pensar que somos los mismos, pero incendios así transmutan todo el propio ecosistema, y nos miramos y vemos que estamos un poco más impresentables, la ropa como chalecos de fuerza, el pelo para cualquier lado, y vos no podes encontrar un zapato, se habrá quemado. Igual ni nos miran nunca. Nos reimos, no sabemos bien por qué, una mezcla de todo. De repente, vemos que esta Cus-cus, volvió y está contento, será por que lo tocó la luz, será porque los perros se ponen contentos con cualquier cosa, pero no lo llamamos, no sea cuestión que se vaya otra vez. Volvemos caminando muy despacio, que apuro si esta lloviendo, si, de la mano, qué lindo, vos con un zapato menos, yo comiendo unos confites con el perro innombrable, refrescándonos las quemaduras, lavandonos las cenizas, deshollinándonos de los milagros.
fotógrafo: Boy_Wonder
*Sparkle= Brillo.
Móniquita “Bonita” … hacía muchísimo tiempo que no leía un cuento tan precioso, la verdad … lo viví como si hubiera sido una protagonista más.
Un abrazo y gracias por tan lindo regalo!
A
Gracias por estar ahí, Andrea. Abrazos de luz para ti.