Robert Louis Stevenson

Escocés

 
Visitó la Tierra una vez un habitante de un planeta vecino. En el lugar de su descenso lo esperaba un gran filósofo, cuya misión era mostrarle todas las cosas.
Primero atravesaron un bosque y el forastero miró los árboles.
–¿A quiénes tenemos aquí –dijo él.
–Sólo son vegetales –dijo el filósofo–. Están vivos, pero nada tienen de interesante.
–No sé si estoy de acuerdo –dijo el forastero–. Parecen muy bien educados.
¿No hablan nunca?
–Ese don les falta –dijo el filósofo.
–Me parece que los oigo cantar –dijo el otro.
–No es más que el viento entre las hojas –dijo el filósofo–. Le explicaré
la teoría de los vientos; es muy interesante.
–Bueno –dijo el forastero–, me gustaría saber en qué están pensando.
–No pueden pensar –dijo el filósofo.
–No sé si estoy de acuerdo –dijo el forastero y puso la mano en un tronco–.
Esta gente me gusta –afirmó.
–No son gente –dijo el filósofo–. Sigamos adelante.
Después atravesaron un campo en el que había vacas.
–Esta gente es muy sucia –dijo el forastero.
–No son gente –dijo el filósofo. Y explicó lo que era una vaca con una palabra científica que he olvidado.
–Me da lo mismo –dijo el forastero–. ¿Por qué no alzan los ojos?
–Porque son herbívoras –dijo el filósofo–. Comer pasto, que no es muy
nutritivo, exige una atención que no les deja tiempo para pensar ni hablar ni ver el paisaje ni mantenerse limpias.
–Bueno –dijo el forastero–, es un modo de vivir como otros, pero prefiero la gente de cabeza verde.
Después llegaron a una ciudad y las calles estaban llenas de hombres y de mujeres.
–Esta gente es muy rara –dijo el forastero.
–Son los habitantes de la mayor nación del mundo –dijo el filósofo.
–¿De veras? –dijo el forastero–. ¿Quién lo diría?