Las Voces del Desierto, es de esos libros que uno atesora como “libros de cabecera”.
Lo leo y lo releo, y siempre vuelve a tocar mi corazón.
El relato que aquí se cuenta, es un compendio de sabiduría fascinante y desbordante, donde se resumen las experiencias vividas por Marlo Morgan, una mujer común y corriente, norteamericana, médico de profesión, en un viaje que ella misma realizó a pie por el desierto australiano, en compañía de una tribu de aborígenes.
Marlo llega a Australia a un hotel cinco estrellas, invitada para dar una conferencia a los aborígenes. Luego de ser recogida por ellos, y de horas de viaje en jeep, le indican que debe “limpiarse”. Le entregan una tela que le parece un harapo, y entonces debe abandonar su ropa y sus finas joyas. Una vez que con este nuevo vestido la sahuman, le indican que ya está limpia. A continuación arrojan sus pertenencias al fuego.
Así inicia el periplo, en un galpón, sin el podio ni las sillas esperadas, sin pavimento ni luz eléctrica, sino con la sola presencia de los aborígenes, pintados, en taparrabos y con plumas,
A pesar de su desconcierto, Marlo relata que cuando mira al lider de la tribu a los ojos, tiene una sensación de paz y seguridad absolutas.
Una mujer le extiende una fuente de piedras y le pide que escoja una. “Elígela con acierto, te puede salvar la vida”.
Una vez hecho esto, se inicia la caminata durante 3 meses al interior del desierto de Australia. Y la piedra, cobrará protagonismo, en su camino con los Auténticos.
La tribu no se queda nunca sin comida. El universo responde siempre a su correspondencia mental, pues ellos creen que el mundo es un lugar de abundancia.
(Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?
No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”).
Cuando a Marlo se le clavan unas espinas, se le responde: “aprende a resistir”. Cuando cree que va a morir de sed, se le indica: “ponte la piedra en la boca”.
(¿Cuál es esa piedra que te ha permitido volver a salivar? Una que me ha salvado a mi, es el Salmo 23)
Como todo viaje iniciático, el aprendizaje es duro en su peregrinación, desprendiéndose no sin dolor, como en el Arcano XII, El Colgado, de antiguos hábitos y creencias.
Todos los grandes maestros han llegado a la misma conclusión respecto de las aparentes separaciones. Son ilusión, nos enseñan, y cuando cae el velo de la ignorancia, se toma conciencia de que lo que en verdad existe, es una unidad subyacente; no hay separación entre uno y todo lo que existe, y todos podemos tener esa experiencia.
Marlo o “La mujer que cura” como fue cariñosamente bautizada, retrata fielmente este viaje, y el sistema de valores de estos “hombres primitivos”, según avala uno de los ancianos de la tribu que cierra con sus palabras el libro.
Autodenominados “Auténticos hombres de Dios”, estos seres iluminados honran a la naturaleza y creen que el mundo es un lugar pletórico de abundancia. Para ellos, todo es sagrado y debe ser honrado como una celebración diaria de la vida universal. Respetan el “don” de cada persona, y así se llaman unos a otros, con nombres tan amorosos e inspiradores como “Gran Rastreador de Piedras”, “Hermana del Ensueño de los Pájaros” o “Guardiana de los Secretos”.
También piensan que la voz no está hecha para hablar, sino para fines harto más sagrados: cantar, loar y sanar.
Si a la ciencia y a la filosofía les interesa conocer y aproximarse, a las tradiciones espirituales, entrar en la verdad del ser.
Marlo Morgan. Las Voces del Desierto. Ediciones B. 1996
Querida Mónica:
Este comentario tiene un solo propósito y es informar. No pretendo rebajar la calidad de lo que tú has sacado de este libro, porque yo también lo leí con ansias después de haber visto la película, casi al llegar a Australia.
A mi me inspiró a investigar las tradiciones de los aborígenes y su larga supervivencia en un paisaje adusto. árido. Algunas de las lenguas aborígenes me sorprendieron en mi primer año en Lingüística y allí supe que los aborîgenes de Australia Oriental descalifican a la autora por haber inventado una historia que desacra sus creencias. Fue una gran desilusión, pero gané conocimientos.
Un día, muchos años más tarde, en un círculo de mujeres, en un ritual dirigido por una amauta de los Yugambeh, y al mediodía, un koala bajó de su árbol, cosa que no hacen sino de noche, y caminó hacia el círculo, en línea recta hacia mi. Auntie Rose, la amauta, devolvió el koala y su árbol y me declaró Yugambeh honoraria, elegida por el koala, de la tribu del Kooelwong.
Querida Marianne, muchas gracias por tu comentario y por leernos.
Sin poner en duda tu investigación, creo que el valor de este relato, trasciende el tema de ser “verdadero” o “real”; lo que rescato, y honro profundamente, es la invitación que nos hace, a caminar por nuestro propio desierto interior, en busca de respuestas.
Un abrazo.