“La virgen es la que es fiel a sí misma, la que no pertenece a nadie.”
En la antigüedad, las sacerdotisas también eran llamadas vírgenes, o vestales. Pero nada tenían que ver estas mujeres escogidas (era un gran honor ser vestal o sacerdotisa), con el concepto de “inmaculada” que más tarde aportaría el cristianismo ortodoxo, en que la virgen “no conoce varón”, es decir, no mantiene relaciones sexuales.
La virgen original era la mujer-Una, la que no pertenecía a nadie. Podía mantener relaciones con tantos hombres quisiera, porque como sacerdotisa, era intermediaria divina.
Así, las relaciones sexuales/místicas no eran más que una forma de conexión con la diosa universal.
Con el monoteísmo judeocristiano, se las empezó a perseguir, y ellas se vieron obligadas a realizar su culto en la sombra, a escondidas. A medida que crecía el patriarcado, las antiguas vírgenes empezaron a ser denominadas prostitutas y se las echaba de casa, se las lapidaba o se las quemaba, dependiendo del momento histórico o situación cultural.
En el inicio del mes de las brujas, las devolvemos a su lugar de honor y cantamos recordando:
…yo soy el amor de la diosa en mí
soy hermosa
yo soy éxtasis…