Conocí a Sharifa Oppenheimer* el 26 de abril del año 2003. Era mi primera vez en las danzas sufi, y esa tarde otoñal llegamos a la Villa de Vida Natural, alrededor de cuarenta personas. Hasta ese entonces, mi único referente sobre el tema eran una vagas imágenes en mi memoria de una antigua película llamada Encuentro con hombres notables, donde aparecían unos hombres que rezaban ¡bailando!, y que pronto supe, se llaman mevlevis. En la película, los mevlevis, que son los derviches giradores, giran y giran con la palma derecha elevada al cielo para recibir la gracia divina, y la palma izquierda vuelta hacia la tierra para transmitir esa gracia al mundo.
Esa fría tarde, no conocía a nadie y no sabía muy bien a lo que iba. Pero algo en mi corazón me decía que no podía dejar de ir. Mi corazonada no se equivocó, y puedo afirmar que el día en que participé de las danzas sufi por primera vez, es el día en que me he sentido más cerca de ver la cara de Dios.
El ritual se inició sentándonos en círculo, la forma más antigua y más sagrada, alrededor de los músicos, que aunque eran chilenos, tocaban instrumentos de culturas lejanas, como la derbuka, que inmediatamente asocié con la danza del vientre.
Sharifa Oppenheimer, la maestra, comenzó a hablarnos sobre el poder de la respiración, esa pequeña joya que todos tenemos y de la cual no somos muy conscientes:
Podemos entender la respiración en su sentido más amplio como la fuerza fundamental de la vida del universo. Cada tradición denomina a este principio dador de vida con un nombre distinto…los hindúes lo llaman “Prana”, los cristianos emplean la acepción “Espíritu Santo”. Los sufis llaman a esto “El Aliento Divino”. Este aliento sopla a través del mundo manifiesto vivificando todo lo material, respirando en forma peculiar en cada hoja de hierba. Los seres humanos percibimos la experiencia como respirando “nosotros” pero, en realidad, al igual que toda la creación “somos respirados” por lo divino. A raíz de este don de conciencia, tenemos la oportunidad, y de hecho el deber, de colaborar con lo divino, de participar en el proceso dador de vida de la respiración. Con la devoción, la entrega, la concentración, la oración y el don de la gracia, podemos llegar a ser “la respiración de Dios”. Pero, ¿cómo empezamos a descubrir esta divina presencia, que siempre está con nosotros “más cerca que nuestra vena yugular”, como dice el poeta Jelaluddin Rumi? Empezamos poniéndonos en manos de lo divino, ofreciendo de verdad nuestro corazón, en estado de entrega…la herramienta empleada por nosotros, llamada por los antiguos sufis “la cuerda de la espernza”, es la respiración. Mediante la conciencia viva de la respiración encontramos la quietud interior. En esta tranquilidad, nos enteramos de que no estamos aislados de la vida, del hálito divino.
Luego, Loreto González, Taj y coordinadora en Chile de la Orden Sufi Internacional, -dueña de una voz priviegiada- y Sharifa nos invitaron a cantar. Sharifa abrió una pequeña caja de madera que había permanecido inmóvil a su lado. Era un instrumento que no conozco y que me pareció absolutamente mágico: de esta caja con fuelles, ella extrajo unas melodías que poco a poco fueron combinándose con las voces de todos nosotros…sin darnos cuenta, ya estábamos orando…
…Al decir su nombre en cada respiración, traemos el perfume de lo divino, directamente al corazón de la vida humana…
Palabras que soy incapaz de reproducir, iban llenando la sala. Palabras cuyos significados aludían a Dios: Dios es amor, Dios es el único remedio. Y de pronto, ya estábamos danzando en círculo; saludándo al compañero, mirándolo a los ojos para ver lo esencial en él, tomándole la mano, mientras cantábamos “ven, ven, quienquiera que seas, aunque te hayas caído una y mil veces, ven, ven de nuevo.” Y en el “ven de nuevo”, avanzábamos hacia el próximo compañero. O aquella letra maravillosa que nos recordaba que el amor de Dios es infinito e incondicional con todos: “el mar no rehusa ningún río, ningun río…” y que nos invitaba a danzar, siempre en círculo, con la mano puesta en el corazón del compañero, quien a su vez, abrazaba con su mano la nuestra. La sensación de unidad, y de que todos éramos uno, se hacía cada vez más presente.
En esta época, es esencial que muchos de nosotros comencemos a vivir la realidad del Uno, la totalidad de la vida. En la raíz de nuestras dificultades personales, sociales y globales se encuentra la conciencia del estado de separación. Al vivir esta conciencia de Unidad, impregnamos nuestra vida y la de los seres que nos rodean de vibrante vitalidad y alegría, sellos distintivos de la unida. Traemos este amor al corazón de la humanidad, y algo nuevo puede nacer…Si nuestra espiritualidad no penetra en todos los aspectos de nuestra vida diaria, si no nos transforma en el nivel celular, cambiando por consiguiente nuestra forma de estar en el mundo, nuestra manera de ser en la interacción con los seres queridos, los colegas, el dependiente del almacén, todos los seres humanos y la tierra misma, en este caso, estamos perdiendo el tiempo.
La última danza tomó la forma de un círculo dentro de otro; los del círculo pequeño “remábamos” como en una embarcación, y los del grande oraban en el mar infinito del amor por nuestra sanación.
Los sufis tienen una hermosa imagen, que me gustaría compartir con ustedes. Una de las prácticas fundamentales es la repetición del nombre de Dios.A veces se hace en grupo, con música y movimiento. También está indicado hacerlo en todo momento del día, en silencio, en la respiración. La práctica de la respiración del nombre se llama zhirk, tanto en grupos como individualmente, tanto en forma audible y silenciosa. Repetir el nombre es recordar a Dios, es el zhirk. La imagen del zhirk como embarcación aparece con frecuencia en la poesía sufi. Realizamos nuestras actividades diarias recordando lo divino en la respiración, inhalando este “vino divino”, esta dulzura, y luego exhalando toda esta bendición en el ambiente que nos rodea. Suelo pensar en todos los miles de habitantes del mundo entero que en este preciso momento se encuentran ya sea en una choza en el norte de África, un banco en Wall Street o en las hermosas calles de Santiago, por ejemplo. Dondequiera que nos encontremos, todos estamos juntos en la embarcación del zhirk, todos remamos juntos. Al remar en las olas del océano infinito del amor, juntos llevamos la embaracación a una mayor profundidad en la unidad. Y remamos para toda la humanidad, y para el planeta mismo. Cuando comenzamos a vivir con este recuerdo, empezamos a percibir visceralmente que la tierra es el lugar de la revelación divina. Es el lugar donde lo divino danza su lento despliegue de la evolución. Y podemos participar en ese despliegue si permanecemos quietos, en la respiración, si escuchamos el latido del amor. Podemos descubrir que rol nos corresponde desempeñar. ¡Tal vez no sea un rol “estelar”! Quizás nuestro rol consista en cuidar un pequeño jardín o cultivar zanahorias con sencillez y devoción; o lavar la vereda a nuestra tienda; o sonreirle a un anciano. Estamos tan acostumbrados a pensar que debemos hacer y hacer y hacer. ¡Tal vez lo divino sólo espera de nosotros que advirtamos el ala de una determinada mariposa en la ventana de la cocina! Este es el espacio de la revelación, y no sabemos qué significa eso, y no podemos saberlo, salvo viviendo enteramente presentes en este momento.*
Quienes estuvimos allí, quienes hemos seguido danzando y creemos en el poder de la oración, en el sagrado Espíritu Santo y en el sagrado Aliento Divino esperamos poder transmitir esa energía de amor al mundo.
Recuerdo que cuando me despedí hace ocho años de Sharifa, que no había hablado en toda la tarde una sola gota de español, me dijo, no sin antes tocar mi corazón y el suyo:
De corazón a corazón.
* Con casi cuarenta años de transitar por el sendero sufi, Sharifa Oppenheimer es repersentante de la Orden Sufi Internacional fundada por el músico hindú Hazrat Inayat Kahn (que trajo el sufismo a Occidente a principios del siglo XX, y es considerado “maestro de maestros”). Sharifa conduce rituales de sanación y guía retiros espirituales y de iniciados en su tradición. En su trabajo destaca su maestría en la interpretación de sueños, enseñanza que recibió de la orden naqshbandi. Ha fundado tres colegios Waldorf y actualmente es directora de “El Jardín de la Rosa”, su centro de educación preescolar, donde comparte y enseña a los niños y sus familias la conexión viva y en armonía con el mundo natural. Autora de los libros ¿What is a Waldorf Kindergarten? y Heaven on Hearth.
* Para leer en su totalidad La Cuerda de la esperanza remitirse a Revista Uno mismo, nº 159, marzo de 2003.
* Para ver las actividades de Sharifa en Chile ir a Del Cielo a la tierra, Caravana Sufi 2011
ME ENCANTOOOOOO, querida Mónica, esta vivencia es tuya?me encantaría saber más sobre su trabajo en Chile, donde dice \”Carabana Sufi 2011\” es una pág.www?
Abrazos
Ange
Gracias querida Angélica. La vivencia es mía tal como lo relato. Caravana Sufi son las actividades que ella realizará en Chile y está en Del Cielo a la Tierra.