Muchas veces en nuestras vidas confundimos el mal, con tener experiencias dolorosas.
La muerte de un ser querido, por ejemplo, no es “algo malo” que nos sucede, sino una experiencia dolorosa que nos ha sido dada vivir, y que sí o sí, nos deja en otro lugar, pues nos convierte en una nueva persona.
Este año, dos amigos entrañables, Beño y Anisol, partieron a los brazos amorosos del Señor, luego de haber luchado contra un fulminante cáncer. Primero él, luego ella, cada uno a su manera descubrió el misterio que encerraba su enfermedad, pues donde abundó el padecimiento, sobreabundó la gracia.
Por increíble que parezca, él decía que esto era lo mejor que le había sucedido en la vida, pues su nueva vida, junto a su mujer y sus dos hijos, era puro presente. Ella alcanzó a vislumbrar, junto a su marido y sus cuatro hijos, que los meses de agonía fueron los más intensos en amor, de toda su vida. ¿Y qué es Dios sino puro PRESENTE, pura PRESENCIA, puro AMOR?
Es mi creencia que cuando estamos en gracia de Dios, es decir, conectados a la fuente, permanecemos alejados del mal, aunque indudablemente no somos salvos de transitar por experiencias dolorosas.
Experiencias que al final se agradecen, pues lo hacen a uno ser más amoroso y compasivo, despertar, crecer, evolucionar, o como cada quien prefiera llamarlo. Ninguno de los que amábamos profundamente al Beño y a la Anisol, somos hoy los mismos: Ellos fueron nuestros maestros de amor.
El velo termina de correrse, cuando dando sentido a lo vivido, entendemos que nuestra alma necesitaba vivir esa experiencia, abriendo así la puerta a la consolación, dejando atrás la desolación.
El bien o el mal, según nuestra estrecha visión humana, suceden en justicia divina, en orden divino y en amor divino. Pasa lo que tiene que pasar, pues la ley de correspondencia universal es perfecta.
Nuestra desesperanza, o la mía al menos, siempre se funda en que sólo vemos una parte de las cosas, un segundo en la eternidad por nuestro limitado nivel de conciencia, porque somos incapaces de ver el plan de Dios, y de creer y de confiar en ese plan, aunque no podamos entenderlo.
Y entonces dudamos, y cuando dudamos nos hundimos en las olas turbulentas de la angustia, igual que Pedro, cuando Jesús le extiende la mano, invitándolo a caminar sobre las aguas. Mientras el discípulo confía, camina, pero apenas duda, se hunde, según se lee en Mateo 14, del 22 al 33.
Pues la tempestad que calma Jesús es la de la agitación y el desasosiego de las aguas interiores.
El teólogo Antonio Bentué, afirma que Dios no nos salva del mal, sino en el mal.
No “de”, sino “en”.
No de las aguas turbulentas, sino en las aguas turbulentas.
fotógrafo: nestor galina
¡Qué bien escribes! Pura sabiduría y luz del alma cuando ha comprendido y abrazado el sentido del dolor. Te quiero mucho.
Quienes tuvimos el privilegio de conocer al Beño y a Anisol y tenemos el privilegio de disfrutar de tu amistad, podríamos aparentemente comprender mejor tus palabras. Sin embargo has logrado desde un espacio de reflexión tan íntimo, creo yo, llegar a muchas personas,es por ello que quiero compartir con otros esta lección de vida que tan bella y sabiamente nos dejas.
Mónica, no terminas de sorprenderme … entiendo el lenguaje y lo comparto plenamente; a través de mi tan querida amiga Anisol, pude evidenciar dejar la desolación para abrir la puerta a la consolación.
Nuevamente Mónica gracias! eres un consuelo muy importante para mi! Un abrazo!
Yo siempre he pensado que todo lo que nos sucede en la vida tiene una razon de ser, lo que no te mata te hace mas fuerte , al leer este articulo encontre el sentido a un doloroso momento de mi vida y me di cuenta de donde proviene la fuerza para superar este dolor , es de Dios
Gracias Monica por tus lindas palabras