Lo que leerán a continuación es un extracto de la charla magistral que dieron ayer tres sicólogos, sobre recursos terpéuticos y espirituales para el tratamiento del trauma, en la Universidad del Pacífico.
Aclaro que no se trata de la transcripción de una grabación, sino de mis personales apuntes.
Inicia Felipe Banderas exponiendo que el trauma implica dos condiciones:
- Ser una experiencia emocional intolerable para el yo (no puede lidiar con eso)
- Esa experiencia o evento carece de testigos
Entonces, un buen terapeuta, debe convertirse en ese testigo que a la persona le faltó.
Existen eventos crónicos que también pueden convertirse en trauma, como una lesión que va de a poco dañándo.
Y hay una gran subjetividad en la experiencia traumática. (Jung: “Si a todos nos ocurre no es trauma”).
Así, el trauma, se define como akgo singular, que no está en todos.
Y una de las características principales a las que lleva, es a la disociación: el evento queda separado de la psique. Pues es lo que pudo hacer la psique para sostener esto, y entonces el terapeuta debe acercarse lentamente. (Esto me recordó al tratamiento de trauma que realiza la Experiencia Somática, en que Peter Levine plantea acercarse lentamente, como una abeja dando círculos, bordeando, rozando, nunca entrando velozmente al “área chica” pues eso retraumatizaría al paciente).
Si hemos vivido una experiencia de abandono, el abandono teñirá nuestra experiencia del mundo. Y el paciente no podrá hablar de lo que le pasa. Y no hay que forzar el relato.
En el paciente también se da la fantasía que dice: “mi espíritu no podrá sobrevivir a esto”. Y el paciente se adapta al mundo externo, pero el costo se paga en el mundo interno. En el trauma, el alma queda presa del mundo interno. Por lo tanto el alma no está disponible para el sujeto. Entonces hay que liberar al alma, y el trabajo se parece a lo que hacían los alquimistas, de liberar el alma presa de la materia.
En la depresión, el alma se tiñe de algo oscuro. Y el tema de la retraumatización es una traba terapéutica importante.
Schwartz Alan habla de la pérdida de Dios, de la desesperanza. Él propone la idea de un trance traumático, pues un sujeto relativamente sano, puede transitar entre el inconsciente colectivo y el personal, pero un sujeto con un trauma temprano activado, queda atrapado en una zona fronteriza, y entonces tiene la sensación en terapia de quedar preso, de no poder avanzar.
El costo es que una persona atrapada, que no puede ir de lo arquetípico a lo personal, pierde su imaginación arquetípica simbólica, y se queda en la fantasía. (Y aquí Felipe nos relata el caso de una paciente con una madre tóxica, que sueña con el diablo. Cuando el terapeuta le dice que haga asociaciones, la paciente le dice algo así como que es obvio que su madre es el diablo. Entonces, sólo cuando puede cambiar la figura de “diablo” por “una persona que me hizo mucho daño”, se produce la sanación).
Carolina Narea, nos muestra el paso del trauma al eros, desde una mirada mítico simbólica, a través de dos bellísimos relatos mapuches. Ella sostiene que todos compartimos el inconsciente colectivo, esa especie de base de datos que nos llega a través de los sueños, mitos y relatos. Y como los mitos son historias vivas (en la antiguedad se transmitán sólo de manera oral), son un gran recurso terapéutico. El dolor vivido como injusto, se puede transformar en trauma. La redención, es el sacrificio voluntario, que devuelve el alma y el eros.
Camilo Barrionuevo, enfoca su presentación subrayando la noción jungiana de que cuando trabajamos con el trauma del otro “estamos dentro de la sopa”.
Existe siempre una contratransferencia somática, según señala Martin Stone, y la influencia a la que podemos estar expuestos es significativa, y se puede sentir incluso a nivel físico. Jung hablaba incluso de “infestación síquica”, pues un verdadero terapeuta toma el dolor de su paciente y lo comparte con él. Así, la enfermedad síquica es contagiosa.
El cuerpo del terapeuta entonces, es el encargado de tomar y procesar la enfermedad síquica espiritual del paciente -eso funciona en las tradiciones curanderiles-,y es como una especie de tubo digestivo. (En la selva a los curanderos les llaman buitres pues se alimentan de la carroña).
Así, el autocuidado del terapeuta es fundamental. Desprenderse en primer lugar de la figura de “salvador”, que infla el ego, y cultivar la relación del yo con el self.
Si se tiene vida espiritual (independiente del credo), si se tiene una relación con “lo más grande”, se corren muchos menos riesgos de quemarse o sufrir burnout. Porque no es “uno”, sino “lo más grande” quien sana al otro, a través del canal que somos.
Camilo pone el ejemplo del trabajador que limpia ventanales en el piso 20. Se pone arnés, pues lo que está haciendo es de alto riesgo. Así mismo pasa con nosotros los terapeutas.